Dada la frecuencia con la que hablamos de migraciones, podríamos preguntarnos si es necesario un Día Mundial de las Personas Migrantes. Sin embargo, es justamente el discurso público sobre las migraciones y no el fenómeno en sí, natural y milenario, lo que hace necesaria tal efeméride. En nuestros teléfonos, en nuestros ordenadores, en televisiones y radios, se habla a diario de fronteras. Nos despertamos cada día con noticias de tragedias sucedidas a grupos de personas viajando o malviviendo en condiciones infrahumanas. Aceptamos, presuponemos, que las poblaciones migrantes y desplazadas serán las primeras en acusar los impactos de cualquier crisis. Almacenamos en nuestro imaginario colectivo fotografías de ingentes masas de personas, a menudo racializadas, que esperan en la desesperación poder cambiar sus condiciones de vida. Y por terrible que nos parezca, rara vez calculamos que esas personas podríamos ser nosotras.
(+)